Y llegó el Principito a un lugar habitado por un astrónomo. No era como esos otros que había conocido por allí para quienes las estrellas eran sólo un trabajo, le habían dicho, que este era diferente y estaba dispuesto a averiguarlo.
- Hola! vos trabajás en Astronomía?
- No, yo soy astrónomo.
- ¿Y eso no es lo mismo?
Preguntó el Principito que sabía muy bien que ambas cosas no significaban lo mismo y comenzaba a gustarle la charla.
- No, no es lo mismo. Hay gente que hace algo para vivir, para ganar dinero, para que los otros lo respeten y otros, hacemos lo que amamos, porque queremos ser felices y no nos importa tener mucho dinero sino hacer lo que somos.
- ¿Y cómo es eso?
- Podemos hacer algo para vivir, pero también, si perseguimos nuestros sueños, podemos ser y hacer lo mismo. Yo hago astronomía porque yo soy astronomía. Es mi esencia, es lo que me hace feliz.
- ¿Y cómo te das cuenta?
- Porque cuando hago lo que soy, la gente que hace lo mismo es la gente con la que quiero estar. Esa gente habla mi mismo idioma, y no hablo de los idiomas que elegimos en los países, sino los que elegimos con el corazón, hablo de las palabras que nos gusta escuchar, porque nos hacen acordar a momentos lindos, a cosas interesantes, a amigos. Cuando hago lo que soy, no me canso ni necesito vacaciones.
El Principito estaba entusiasmado, y no era de entusiasmarse muy seguido, no con los adultos. Pero este parecía distinto.
- ¿Y vivís aca? ¿Lejos de la ciudad?
- ¡Claro! ¡Es donde se ven las estrellas!
En ese momento, el niño de capa azul y mirada curiosa, recordó que otros astrónomos, la mayoría de los que él había conocido en sus viajes, vivían en ciudades, sin poder ver por las luces, las estrellas que estudiaban, estaban cerca de universidades, de otros astrónomos pero por las noches, pocos puntos luminosos se dejaban ver desde las ventabas de sus casas.
- ¿Y siempre viviste aquí?
- No, alguna vez viví en ciudades grandes. Pero un día, en un mapa, encontré un punto que indicaba este lugar, donde las estrellas se veían más brillantes que en otros sitios.
- ¿Era un mapa del tesoro?
- Bueno, fue "mi tesoro".
Comenzaron a caminar por el lugar, y recordaron ese mapa que mostraba un sitio especial donde se miraban lindas las estrellas. Pero ese lugar tenía árboles que el astrónomo y su señora habían plantado y que cuidaban cada año, había dos caballos y un montón de gatos que dependían de ellos para vivir, como la rosa y el zorro dependían del Principito en su mundo. Había recuerdos, por todos lados, de hijos creciendo, de música y de charlas con amigos, de reuniones numerosas y de noches solitarias y todo eso, que no se puede poner en un mapa, era lo que hacía especial a aquel lugar.
- ¿Querés enseñarme lo que estudias?
Preguntó el Principito.
- ¡Claro que si! ¡Si no no sirve!
- Si no no sirve ¿qué?
- Si no puedo compartirlo con otras personas, ¿para qué estudiaría? ¡Preguntame! ¿Qué querés saber?
- ¿Estudias todas las estrellas?
- No, no puedo, las estrellas son muchas.
- ¿Y cómo las elegís?
- Me gustan las que cambian. ¿Sabías que hay estrellas que cambian?
- No, no sabía.
- ¡Las estrellas cambian! Brillan más, brillan menos, cambian rápido o tardan siglos en cambiar pero no son caprichosas, cambian de un modo que podemos estudiar y eso es lo que hago.
- ¿Y te gusta que las estrellas cambien?
- ¡Todo cambia! Pero la mayoría de las veces no estamos preparados para esos cambios, nos asustan, porque no los entendemos. ¡A mí los cambios de las estrellas me encantan! ¡Porque están vivas!
Siguieron hablando un rato largo, se hizo de noche y el astrónomo le mostró algunas de sus estrellas favoritas, ahí fue cuando le preguntó su nombre, el Principito quería que ese señor de barba blanca y mirada alegre fuera su amigo… ¡y todos sabemos los nombres de nuestros amigos!
- Mi nombre es Jaime
- Un placer Jaime, aprendí mucho con vos. ¿Eso te hace sentir importante?
El Principito hizo esta pregunta con total mala intensión, casi probando que aquel hombre fuera, exactamente, lo que comenzaba a pensar de él.
- La verdad, no, pero sí me siento útil, que es mejor que ser importante.
- Muchas personas, por saber mucho, se sienten importantes.
- Querido amigo, la humildad, es algo que debemos aprender. Si uno no es humilde a cierta edad como la mía, corre el riesgo de morir irremediablemente tonto.
Esas palabras sonaron en la mente del niño, quizás esa frase, le había enseñando más que los nombres de las estrellas que había aprendido y quiso que otras personas con las que había conversado en su vida, se comportaran igual. Tal vez, pensó el Principito, ellos algún día cambien, como las estrellas, tan sólo por el hecho de estar vivos.